-" no sé. creo que he matado a un niño aquí dentro (me toco el pecho)
me duelen los pulmones, el asesinato tuvo que ser ahí dentro,
mi cerebro está hinchado como el mar tras la tormenta".
Javi López-Gomis
Siento el dolor de una soledad macerada,
babas espesas hirviendo sobre la nuca,
el sofoco de estar encerrada en mitad de una corriente de puertas abiertas.
Despierto con la piel hecha jirones.
La suciedad de las uñas mezclada con el sueño
y el deseo de encontrar mi yo de ayer todavía con vida.
Gotea ausencia que acaba congelada antes de impactar contra el suelo.
La pena te arrastra con la cabeza gacha,
en busca de tus pedazos que no hayan tocado fondo.
Pequeña, diminuta, frágil, tan insignificante que podría ser cubierta por las manos de un niño.
Ojalá ser plastilina, arcilla, para poder volver a ser moldeada por las manos de la inocencia.
Vivo al borde, como Gloria decía, aún a riesgo de acabar creciendo y caer en el vacío.
Siento como me pudro por dentro.
Me alejo como un animal herido
y busco en la soledad un refugio en el que poder lamerme las heridas.
Aun así espero, no la salvación, nadie sujeta la mano del reo condenado a muerte.
Observo la pena que sentís por mi en vuestros ojos, impotente.
Vuestro ego de buenos samaritanos silencia vuestra vergüenza ajena propia,
vuestro propio dolor.
Ojalá que sangrar no sea nunca la única forma de comprobar que seguimos con vida.
Ojalá nunca los golpes de otros.
Tiemblo y el mundo permanecer estático ante mi miedo.
Aún tenéis restos de barro en las manos de haber tirado la primera piedra.