martes, 13 de septiembre de 2016

Las zapatillas de tela son para el verano




Veo la lluvia caer.
Desbordando ese vaso que siempre está medio vacío.
Golpeando una y otra vez.
Dardos contra la diana de mi cuerpo,
pequeños intentos de RCP fallidos.

Calándome de arriba abajo.
Un bautismo improvisado.
Una nueva estación.
Un nuevo comienzo.
Una oportunidad de lavar la vergüenza, el sudor, la derrota.

Aprieto los dedos contra la suela de las zapatillas
y ahí está, encharcándolo todo.
Cayendo en forma de pequeñas gotas del borde de mi capucha,
sin prisas, aburrida de ignorarnos.

Cae limpiando mis dos heridas abiertas,
como un plan de cultivo sobre tierra yerma.
Recordándome que hace tiempo que no lloro,
con la rehostia que me ha parecido siempre hacerlo.
Y quema, no como poner la mano en el fuego,
sino más bien como entretenerse hurgando en las cenizas.

Hace ya unos minutos que no me siento la mano con la que sujeto el piti,
tiembla incoscientemente, se sacude con violencia el agua como el animal que es.

Veo la lluvia caer.
Bombardea los tejados de la ciudad.
Una niña salta sobre el charco que se ha formado en el borde de la acera;
el asfalto también tiene sirenas.
Joder Madrid, nos invaden los buenos.

Veo la lluvia caer.
Las gotas que se deslizan sobre el cristal, como el vapor después de una ducha.
Puede que seamos nosotros los que estamos dentro de un espejo.
Hace unos minutos que ya no le escucho.
Observo al ser minúsculo que soy por dentro,
haciendo frente a su propia tormenta interior,
intentando entender por qué me hago esto.

Me arrastro a su lado, fumo, no sé cuántos gramos de alma estoy perdiendo.
Podría hacerme la muerta,
echarme en el suelo y ver si tanta agua me devuelva a la vida.
Ser raíces, flores y esperar que otro enamorado venga a tallarme.

Veo la lluvia caer.
Le observo.
"No me mires, que me borras"
Puede que sea eso,
puede que de tanto mirarlo haya borrado al chico que recuerdo.

Puede que como hoy solo haga falta esperar que la lluvia forme olas
y (valga) barran la pena.