sábado, 14 de junio de 2014

Nombre impropio


Quizá algún día,
cuando me considere mayor,
cambie de nombre
y dejaré de ser Patricia.

Dejaré de ser Patricia
la que aprendió a sumar más tarde que el resto de sus compañeros,
Patricia a la que le cuesta ser sociable,
Patricia la que no come,
Patricia la que tiene miedo a la oscuridad y a las mariposas;
la que no es del todo guapa pero tampoco fea,
que es demasiado rubia, muy bajita
e irritantemente gritona.

Quizá algún día cambie de nombre, de dirección, de ciudad, de gustos, de opiniones.

Quizá cambie de nombre después de muerta,
quizá rechace que pongan mi nombre en una lápida,
quizá así me convierta en tierra de nadie.

Quizá sean otros los que me cambien el nombre;
quizá me llamen abuela, mamá, mi amor...
Quizá nadie vuelva a llamarme en la vida.

Quizá no quiera que me llamen
o quizá vuelva a pasarme todo la noche
esperando esa llamada.

Quizá.

De momento, me entretengo repitiendo esa palabra,
ese nombre propio, ese pedazo de identidad
frente al espejo una y otra vez:
Patricia, Patricia, Patricia...
Hasta que pierde todo el sentido,
hasta que se vuelve una palabra cualquiera, una más;
impersonal y ajena.

Ya dijo Shakespeare,
''lo que llamamos rosa 
aún con otro nombre 
mantendría el mismo perfume''.

Y Patricia con otro nombre
seguiría teniendo miedo a las mariposas
y sin acordarse de que detrás de punto,
se escribe mayúscula.

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