domingo, 16 de agosto de 2015

Un pedo de violinista






Tenía ganas de tumbarme en un regazo y que me acariciaran el pelo,
ganas de que me llamaran pequeñita y sentir que lo era.
Tenía ganas de que me dijeran que nada iba a salir bien pero que de todo se sale.
Tenía ganas de ir a una discoteca sólo para bostezar.

Por un momento me sentí como ellas,
como una de esas chicas a las que es necesario proteger,
y tuve ganas de decir que llegaban 20 años de miedos tarde.

Ya no me conformo con vivir la vida o con vivir con los pies en el suelo,
pudiendo vivir todo el universo.

Que soy de las que tira la cerilla y no se gira a mirar si ha acabado en incendio.
Que los que bailan el agua acaban siendo polvo igualmente.

Tenia ganas de que alguien tirara de la capucha y me mirara a la cuenca vacía de los ojos.
Tenía ganas de no pensar en él cuando no estaba
y de que se diera cuenta por si solo de que todas las formas que me veía
estaban ahí antes de que se atreviera a mirar.

Estaba cansada y tan hambrienta que sólo tenia ganas de vomitar.

Después de un año sigo prefiriendo el paisaje al reloj,
por eso no me fío de los atajos ni los caminos cortos.
Sigo teniendo miedo, pero las luciérnagas continúan dando fe de vida
y he aprendido a dejar la oscuridad a oscuras.

No sé por qué salió mal, si hice todo lo necesario por saltarme las advertencias.
Dejad que acabe sin levantar el telón, porque sospecho que detrás se esconde un domingo.




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