martes, 12 de julio de 2016

Una cuneta con vistas al mar






Hoy ha llamado Rafa desde Canadá, dice que está bien, que sigue vivo.
Por fin tengo billetes para ir a ver a Fer
y planes para las primera vacaciones que se toma María después de mucho tiempo.

Hace demasiado calor para echarse la siesta,
dos niñas lloran peleándose por una pala,
un pequeño se resiste a que su madre le ponga el pañal.

Esta mañana mi hermano me ha sacado la primera risa,
no puedo confirmar la autenticidad de todas las demás.
He sentido una arcada con el primer sorbo de leche caliente,
me ha recordado a las mañanas de colegio,
mi padre repitiendo una y otra vez que me echara más o acabaría con osteoporosis.

Nervios, frío e indiferencia. El índice de abrazos sigue siendo negativo.
La gente puede cambiar en cuestión de horas,
todavía no sé levantar la vista en terreno hostil.

Jorge quiere quedar, es como si quisieran hacerme reír a base de cosquillas
porque en realidad no tiene ni puta gracia.
Me recuerda a Turnedo; "¿Quién no tiene valor para marcharse?"
Puede que porque fue él quien me la enseñó, puede que porque le llevó literalmente sobre la piel.

La una y media es mi nuevo día de fiesta favorito.
Al llegar a casa mi madre olía a champú, mi padre me ha dado un beso como siempre.
Creo que debería besar a ambos más a menudo.

Hoy le he hablado de sus ojos y no era mentira.
Me gustan de verdad, son el único detalle que recuerdo de aquel viernes.
Supongo que al igual que este martes, aquel día también tuve suerte.

Quedan 5 meses para Rafa, dos semanas para Fer y tres días para María.
Esperar es otro forma de querer.

Hace demasiado calor para echarse la siesta.
Mañana volveré a compartir ojeras con mi hermano,
mientras el afeita la curva de su garganta y yo cubro la de mis ojos.
Puede que mañana vuelva a hablarme tan a menudo como solía hacerlo.

Suena Nacho Vegas.
Puede que al final se pueda tener suerte un martes
o puede que efectivamente sea el día de la gran broma final.

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